Tras la explosión del 4 de agosto
Un llamamiento del Consejo de Iglesias del Oriente Medio para ayudar a los 45,000 beirutíes afectados
Disponible también en árabe y en inglés.
El texto original fue publicado en MECC el 10 de agosto de 2021. Traducción y publicación por Maronitas.org en colaboración con The Middle East Council of Churches.
En la primera conmemoración de la Explosión del Puerto de Beirut, el 4 de agosto de 2020, el Departamento de Comunicación y Relaciones Públicas del Consejo de Iglesias del Oriente Medio publicó un número especial en su revista trimestral «Al Muntada» en agosto de 2021, titulado «Beirut, en el corazón de la Iglesia, Beirut, una ciudad de resurrección». El número incluye un informe escrito por el Director Regional del Departamento de Diakonia del MECC, el ing. Samer Laham, en el que presenta la misión del Departamento en la ayuda a Beirut.
Escrito por el ing. Samer Laham
Director Regional del Departamento de Diakonia del MECC
Hasta el día de hoy, nuestro mundo sigue siendo testigo de dolorosos acontecimientos y cambios estructurales económicos, sociales y políticos. Estos acontecimientos sólo afectan a las clases sociales más bajas, es decir, a lo que hoy en día es el 85% de los ciudadanos de los países que siguen enfrentándose a la crisis y a un continuo empeoramiento de las condiciones económicas, sociales y políticas. La pandemia del coronavirus introdujo un nuevo estilo de vida, alterando nuestras relaciones sociales y familiares, imponiendo una educación en línea que afectó a la salud mental y al rendimiento académico de nuestros hijos.
La crisis económica afectó sobre todo a los que trabajan día a día para llevar comida a la mesa, y a los que perdieron su empleo por los largos cierres patronales. La crisis bancaria y el mercado negro se comieron los ahorros de la clase media y consumieron el dinero de sus cuentas.
A pesar de que todos los países se enfrentan a los mismos retos internacionales, éstos tuvieron un impacto diferente en el Oriente Medio, donde las crisis han llegado para quedarse. Esta región ha atravesado crisis tras crisis desde su independencia y ahora es tan frágil y débil que los planes de ayuda ya no son suficientes para ayudar a mantener la vida en la región con un mínimo de dignidad, sin olvidar el aumento de los grupos marginados en niños, jóvenes, mujeres y personas con necesidades especiales. Se empieza a soñar con los derechos humanos más básicos en estos países, como el acceso al agua, la electricidad, la educación, la sanidad y las oportunidades de trabajo. La falta de visión, transparencia y credibilidad de los dirigentes hizo que estos países perdieran la esperanza en un futuro mejor, lo que provocó una fuga masiva de cerebros.
El Consejo de Iglesias del Oriente Medio se dio cuenta de estos retos desde su fundación y comprendió que las palabras debían ir seguidas de acciones, de ahí que el programa Diakonia sea el pilar del marco del Consejo hasta el día de hoy. El programa y sus socios nunca dejaron de ofrecer ayuda a los más vulnerables, de convertirse en el testimonio de la obra de Dios y no en un testigo de los acontecimientos desafortunados, de actuar y no de reaccionar.
El programa Diakonia ha ayudado a preservar la dignidad de las personas, porque es algo que Dios les ha dado. En la actualidad, el Consejo participa en programas humanitarios y de desarrollo siguiendo los principios de equidad, transparencia, neutralidad y profesionalidad, pero sobre todo respetando la dignidad de los beneficiarios. Todos los que trabajan en el programa se rigen por la regla de oro de proteger a los beneficiarios, evitar hacerles daño y respetar sus necesidades incluyéndolos en el programa como socios y propietarios de negocios, no sólo como personas que reciben ayuda. Muchas de estas personas solían ser las que ayudaban a los vulnerables, pero ahora las roles han cambiado.
La forma en que el Consejo manejó las repercusiones de la explosión del 4 de agosto del año pasado es un gran ejemplo. Esa explosión arrasó la ciudad, en carne y hueso, en un abrir y cerrar de ojos, añadiendo aún más dolor a la ciudad, matando, dejando cicatrices y desplazando a miles de personas. En un país agobiado por las crisis desde su guerra civil hasta las recientes crisis de la pandemia del coronavirus y económicas, aún vivimos las repercusiones de la explosión a nivel económico, nacional y personal, directa o indirectamente.
Dentro de unos días se cumplirá un año de la explosión, sin pistas sobre el porqué de la misma y sin resultados de la investigación. Las víctimas y los padres de los mártires siguen esperando respuestas que arden sus adoloridos corazones.
Esta tragedia instó al Consejo a hacer un llamamiento a sus socios internacionales y a las iglesias regionales miembros. Todos se apresuraron a ayudar, especialmente Su Santidad el Papa Tawadros II de Alejandría y Patriarca de la Sede de San Marcos, que envió inmediatamente alimentos y medicinas al Líbano con la ayuda del gobierno egipcio. Otros socios también colaboraron con lo que podían ofrecer, desde alimentos hasta productos sanitarios y medicinas... también se enviaron donaciones en dinero para la restauración de las casas, con el fin de devolver la vida a su cauce normal y hacer frente a las duraderas repercusiones de la crisis.
No hace falta decir que la ayuda necesaria está más allá de las capacidades del Estado libanés y de las autoridades internacionales y nacionales; sin embargo, cada iniciativa de ayuda pone una sonrisa en el rostro de una víctima, difunde la esperanza y consuela un corazón roto, asegurándoles que las organizaciones basadas en la fe como el Consejo están ahí para ayudar porque Dios lo dijo: «en verdad les digo que cuanto dejaron de hacer con uno de estos más pequeños, también dejaron de hacerlo conmigo. Y éstos irán al suplicio eterno; los justos, en cambio, a la vida eterna». (Mateo 25: 45-46).
Ayúdanos, Dios, a ser siervos justos en tu jardín, y velas ardientes que iluminen el camino de los demás.