La caída de Constantinopla: Lecciones y conclusiones

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El texto original fue publicado en MECC el 26 de mayo de 2021. Traducción y publicación por maronitas.org con la autorización expresa y petición de The Middle East Council of Churches.

Dr. Michel E. Abs

Secretario General del Consejo de Iglesias del Oriente Medio

 

El 29 de mayo se cumplirán 568 años de la caída de Constantinopla, la nueva Roma, que sucumbió en 1453 como consecuencia de las guerras anteriores que la consumieron, así como de un severo asedio que ha sido descrito como el más duro de la historia, ya que destruyó su capacidad de resistencia y supervivencia. 

La ciudad mártir, Constantinopla, había liderado al mundo cristiano durante más de mil años, albergó a Concilios Ecuménicos y fue descrita como el «faro del mundo«, «la capital de la fe» y «el centro de la civilización y la cultura».

Constantinopla fue profanada más allá de toda descripción e imaginación. Miles de personas fueron martirizadas, treinta mil esclavos fueron llevados cautivos, jovencitas, monjas y niñas fueron llevados a las familias como esclavas, la sangre fluyó en las calles como ríos y los cuerpos flotaban como en el mar. Ni que decir del saqueo que acompañó al cautiverio, por lo que se confiscaron las riquezas de la ciudad y las posesiones de sus gentes e instituciones.

Esto es, en resumen, el memorable día que tuvo lugar el veintinueve del mes de mayo del año quinientos sesenta y ocho anno Domini.

Desde entonces, ha corrido mucha tinta para describir la caída y la matanza de esta gran ciudad, así como otras masacres de la historia que, en su mayoría, tienen un carácter religioso. Pero la sangre derramada por las guerras es, por supuesto, mucho más que tinta, sobre todo si se derrama entre personas de la misma fe y de la misma afiliación religiosa.

Pero, lo importante para nosotros en el Consejo de Iglesias del Oriente Medio —la institución de la apertura, el diálogo y el libre pensamiento— es que podamos extraer lecciones y conclusiones de los acontecimientos de la historia en la medida en que seamos capaces de hacerlo.

¿Qué podemos deducir de este doloroso incidente que nos ocurrió hace seis siglos con respecto a nuestro futuro como cristianos orientales en nuestras directrices, así como en nuestras relaciones entre nosotros y con los hijos de nuestra nación que pertenecen a otras comunidades de fe y religiones?

La primera lección es que todo hogar dividido entre sí se arruina. El Señor nos advirtió de esto desde el principio, y, en lugar de recordar esta lección y seguir su orientación, destrozamos nuestra existencia cristiana hasta tal punto que casi dilapidamos toda la promesa de fidelidad a nuestro Señor.

La segunda lección es que la injusticia de los parientes es más dañina y dolorosa que la opresión de los demás, porque los parientes saben dónde están las debilidades entre ellos, por lo que el daño infligido por una parte a otra es mucho más doloroso de soportar. 

La tercera lección es que el egocentrismo o el hecho de anteponer los intereses del propio y pequeño grupo a los del grupo mayor es una enfermedad mortal. Con un egoísmo abrumador o un fanatismo faccioso, los grupos humanos no pueden prosperar.

La cuarta lección es que nada es para siempre, todo tiene su caída, ya sean individuos calificados como grandes, o hasta imperios que han gobernado el mundo durante siglos o milenios. Todo es efímero.

La quinta lección es que la religión es la forma y la mejor herramienta que la política puede utilizar para llegar a su destino, ya que es la religión, como forma de creencia humana, la que motiva a los reyes, a los ejércitos y a los arribistas a actuar de una u otra manera. El mal uso de la religión es lo peor que le puede pasar a la humanidad, que sigue sufriendo esta calamidad hasta el día de hoy.

Seis siglos después de la caída de Nova Roma, Constantinopla, la humanidad sigue en las primeras épocas de la civilización, y el discurso de odio, la incitación religiosa y la discriminación entre las personas por su afiliación religiosa siguen siendo la cultura dominante en el mundo.

Las instituciones de diálogo intentan, y los intelectuales preocupados por la paz social también intentan —nosotros en el MECC estamos entre ellos— centrarse en la necesidad de estar abiertos al otro, aceptando al otro como es, y respetando su derecho a diferir. Pero el aparente progreso observado es sólo un poco más de lo que se requiere para lograr una sociedad humana consistente.

La situación de la humanidad hoy en día nos puede producir en cada rincón del mundo una nueva Caída de Constantinopla, que bien podría clasificarse bajo la rúbrica del odio religioso mutuo y de los intereses estrechos de los individuos.

Espero sinceramente que los tiempos venideros refuten mi punto de vista.

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