Valentía al servicio de la mezquindad
El texto original fue publicado en MECC el 2 de febrero de 2022. Traducción y publicación por Maronitas.org en colaboración con The Middle East Council of Churches.
Dr. Michel E. Abs
Secretario General del Consejo de Iglesias de Oriente Medio
Este artículo no trata de la explotación de las personas, sino de la utilización de las personas hasta que se consumen o perecen.
Este artículo se basa en décadas de experiencia en el trabajo con las personas y entre ellas, así como en la enseñanza universitaria y la investigación en sociología y economía.
«Si ves al pobre ocupado, sabe que el rico lo ha explotado», dice nuestro adagio popular.
Este refrán abarca la dimensión socioeconómica y la relación entre las clases sociales, y encarna sólo una parte de la verdad que este artículo quiere destacar.
Si la cuestión se limitara a la esfera económica y a la explotación de los más débiles financieramente por los más fuertes, el asunto habría sido fácil y se habría podido arreglar mediante una política social y fiscal que tuviera como objetivo lograr la justicia social y reducir al máximo las diferencias entre clases.
Sin embargo, el asunto trasciende el ámbito económico para alcanzar el político o el religioso en su dimensión, que se llama «lucha» y de eso trata este artículo.
En la relación entre las clases, el asunto es claro y no hay controversia en torno a él: los ricos compran las habilidades y la energía de los pobres y desvían su producción en su beneficio porque el sistema económico libre les permite hacerlo.
Aquí debo aclarar un asunto importante para evitar interpretaciones erróneas. No cabe la condena del sistema liberal, porque ha demostrado que es el único capaz de resistir históricamente, desarrollar la vida humana y estimular la innovación y la creatividad. Estas son las mejores formas de aliviar el sufrimiento humano —como es el caso de los sectores médico e industrial— o de aumentar el bienestar humano —como es el caso del sector del consumo, a pesar de nuestra condena del consumismo— y de la sociedad de consumo en general. El sistema económico libre necesita varias modificaciones para ser adecuado a una vida digna para los seres humanos. Mientras tanto, es necesario combatir el capitalismo salvaje y orientar las políticas socioeconómicas hacia un sistema libre basado en la distribución equitativa de los frutos de la producción.
En cuanto al asunto que nos interesa destacar aquí, está relacionado no sólo con la explotación económica, que es la dimensión menos dañina en ella, sino también con la explotación ideológica, tanto económica como política y religiosa.
Los que se ocupan de las ideologías son de dos tipos. El primer tipo es el que se adhiere a ellas y les entrega toda su energía e incluso su vida. El segundo tipo es el que sabe en qué consiste el «juego ideológico» y los medios para captar almas y mentes, encauzarlas para sus intereses y abandonarlas cuando obtiene de ellas lo que necesita. Los traen «con piel de cordero, pero lobos rapaces por dentro» (Mateo 7,15).
Los que abrazan las ideologías son personas que han aceptado su contenido, han creído en sus promesas y han caminado tras ellas, soñando con un mañana mejor para ellos o para sus sociedades. Son personas auténticas que creyeron lo que leían y no escucharon el dicho «Lee y alégrate, prueba y aflójate».
Los adeptos a las ideologías aceptaron la invitación de un líder fundador, que puede ser honesto al principio y luego convertirse en explotador o cómo puede haberse ido y sustituido por explotadores. De lo contrario, el establecimiento que promueve la ideología puede estar al principio basado en las intenciones explotadoras de los miembros buenos, honestos o inexpertos de la comunidad. De ahí que las ideologías se centren en el componente juvenil y estudiantil.
En el ámbito económico, revelar lo que está oculto es más fácil, aunque pueda encontrar algunas dificultades, como ocurrió en el Líbano en los años noventa, es decir, tras el final de la guerra civil. En aquella época, todo crítico de las políticas económicas que destruyeron el Líbano y cuyos frutos estamos recogiendo hoy, fue tachado de enemigo de la reconstrucción. Esta acusación se utilizó para hundir al Líbano en una deuda pública y en un plan de saqueo sistemático que lo ha llevado al fondo del que es difícil salir.
En cuanto a lo exteriormente religioso e interiormente político, el asunto es más difícil, ya que el supuesto líder se apoya en lo metafísico y en el otro mundo para controlar a sus seguidores y explotarlos hasta la perdición.
Por lo tanto, no podemos equiparar al que aprovecha la religión para explotar a la gente y al que sacrifica lo más preciado en aras de la justicia según su fe, tal y como la entiende.
Hay un ser que utiliza formas mezquinas e inmorales para manipular los sentimientos de las personas buenas —o crédulas— y conseguir lo que pretende. Por otro lado, hay personas buenas, inexpertas, equivocadas o con el cerebro lavado que recorren el camino que creían mejor para su mundo o su fe, y que finalmente se encuentran en un horno que los destruye.
Los ejemplos de esto abundan.
En todas las sociedades y en todos los tiempos, ha habido personas que han elegido la tarea de engañar a los demás para explotarlos. Por otra parte, hay personas que creen lo que oyen o leen y se ponen así a disposición de aquellos cuyos objetivos y esfuerzos objetivan sus aspiraciones y su lucha e incluso su vida.
Esta es la historia de la valentía al servicio de la mezquindad. Es la historia de personas descritas por el apóstol Pablo «llenas de toda clase de injusticia, de maldad, de codicia, de malicia. Están llenos de envidias, asesinatos, disputas, engaños, maldades. Son chismosos, calumniadores, odian a Dios, son insolentes, soberbios, jactanciosos, inventores del mal, insensatos, sin fe, sin corazón, despiadados» (Romanos 1, 28-31).
La difusión de la conciencia, el conocimiento y la educación, junto con la mejora de la organización social y el freno al desempleo y la marginación social y económica, constituyen el arma más poderosa para controlar estos fenómenos. En ese momento, las personas valientes y honorables de las sociedades pueden emplear su energía al servicio de los benefactores que apuntan en la sociedad al bien y al bien de la humanidad.
Si ven en una sociedad que la valentía está al servicio de la mezquindad, sepan que esa sociedad está atrasada, y que su legislación y su sociedad política están corrompidas.
Por eso repetimos lo que dijo el Apóstol Pedro: «despójense de toda malicia, de todo engaño, de la hipocresía, de la envidia y de toda calumnia» (1 Pedro 2, 1).