Los 40 días de Cuaresma: Pasar del desierto de la desesperación al oasis divino

La Iglesia se prepara para la fiesta de las fiestas, ¿estamos ya preparados?

El texto original fue publicado en MECC el 24 de febrero de 2022. Traducción y publicación por Maronitas.org en colaboración con The Middle East Council of Churches.

Disponible también en árabe y en inglés.

Pocos días y los cristianos comenzarán una temporada que se considera una de las estaciones cristianas más santas de la historia. Es el Ciclo de la Santa Cuaresma, el camino seguro hacia la Fiesta de la Resurrección, la Fiesta de las fiestas y el Tiempo Santo. Por lo tanto, la Cuaresma es un tiempo de renovación espiritual y un viaje durante el cual el hombre pasa del peligro a la seguridad, del pecado a la salvación y de la ansiedad a la satisfacción.

Los cristianos se preparan para su viaje cuaresmal siguiendo el camino de Jesucristo, que fue conducido, justo después de su bautismo, por el Espíritu Santo al desierto, donde ayunó durante 40 días y venció a Satanás. Jesús rechazó todas las tentaciones del Diablo y le dijo: «Está escrito: "no sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra de Dios"» (Lc 4, 4); «Está escrito: 'Adorás al Señor tu Dios y sólo a Él le servirás"» (Lc 4, 8).

En cuanto a nosotros, no podemos negar que estamos inmersos en las pruebas y tentaciones diarias, perdidos en medio de un mundo lleno de glorias pasajeras, discursos de odio, violencia, hostilidad y discriminación... En un mundo ruidoso, ¡cuánta necesidad tiene hoy la persona de aislarse en el desierto! ¡Cuántas veces necesita el ser humano escuchar la voz de Dios entre el ruido de las voces que le rodean!

Su Santidad el Papa Francisco dijo: «El desierto es el lugar de la Palabra con mayúscula. En efecto, en la Biblia, al Señor le gusta hablarnos en el desierto (...) En el desierto se encuentra una renovada intimidad con Dios, el amor del Señor (...) La Cuaresma es un tiempo propicio para hacer sitio a la Palabra de Dios».

Esforzarse hacia el desierto

Cabe mencionar que el ayuno es una ley divina y el primer mandamiento de Dios. De ahí que Jesucristo dijera: «...Llegará el momento en que se les quitará el novio; entonces ayunarán» (Mateo 9,15). El ayuno también apunta al arrepentimiento, a la autorreflexión y a volver a Dios con humildad, proclamando: «Señor, ten piedad de mí, que soy un pecador».

Durante la Cuaresma, buscamos el rostro de Dios que encontramos en el desierto, para alcanzar el Reino Celestial. También nos esforzamos espiritual y físicamente mediante la abstinencia de comida y bebida, y la contención de los deseos, con el fin de superar nuestros instintos y todas las tentaciones del universo.

Por lo tanto, el ayuno no se limita a la abstención de alimentos, sino que también es importante para evitar el pecado, purificar el alma de todos los males y llenar nuestro corazón de humildad, arrepentimiento y misericordia para renovar nuestra relación con Dios. Jesucristo nos ordenó: «Ha llegado la hora», dijo, «el reino de Dios está cerca. Arrepiéntanse y crean en el Evangelio». (Mc 1, 15).

Nuestro viaje de ayuno también está dedicado a la oración, a las obras de misericordia y a la caridad. Por eso, Su Beatitud el Patriarca Ortodoxo Griego de Antioquía y Todo Oriente Juan X dijo: «La Cuaresma se basa en el amor, se refuerza con la limosna y se completa con la levadura de la pureza y la castidad. El ayuno y la limosna son inseparables. El ayuno, la misericordia, la limosna, la pureza y la atención al prójimo y a los necesitados son caminos que conducen a la puerta de la misericordia divina y, por tanto, a la adquisición de Dios como amigo».

La Cuaresma en las iglesias

Es cierto que los cristianos se distribuyen en muchas familias eclesiásticas, pero en realidad todas las Iglesias llaman a la oración, al arrepentimiento y al ayuno, cada una según su propio credo y las tradiciones que la caracterizan.

Por ejemplo, la cuaresma en la Iglesia Maronita —y de todos los católicos—, comienza con el rito de ceniza. Se centra en la Pascua y la Resurrección de Cristo mediante la meditación de los Evangelios del domingo durante el periodo de Cuaresma, especialmente los Evangelios de los milagros. La Iglesia también considera que el creyente debe permanecer en Jesucristo, ya que Él es el médico, el sanador, el perdonador de los pecados, que resucitó a los muertos y derrotó a la muerte, a Satanás y al pecado.

La Iglesia Ortodoxa se centra durante el período de Cuaresma en la alegría y el arrepentimiento, y considera que la Cuaresma es un Viaje del Reino que nos ayuda a nacer de nuevo como cristianos. La Iglesia Ortodoxa se prepara para la Cuaresma y la inicia a través del Período del Triodion, que se divide en tres fases básicas: el período de Pre-Cuaresma, la Gran Cuaresma de cuarenta días y la Semana Santa.

La Iglesia Ortodoxa Siria, por ejemplo, también considera que el ayuno recuerda a los creyentes la lucha de Jesús, que comenzó su ministerio ayunando 40 días y 40 noches en el desierto, para que los cristianos aprendan a ayunar y a vencer al Diablo mediante la lucha espiritual. La Iglesia Ortodoxa Siria comenzó el ayuno de 40 días en el siglo III d.C. En el segundo cuarto del siglo IV, el ayuno de Semana Santa, que ya existía en la Iglesia, se añadió a los 40 días de Cuaresma.

La Iglesia Ortodoxa Copta considera que el ayuno tiene dos propósitos: prepararse para la alegría de la Resurrección del Señor Crucificado; y enseñar a los catecúmenos y ayudarles a adorar a través del verdadero arrepentimiento para que puedan recibir el sacramento del bautismo en la noche de Pascua.

Las iglesias evangélicas siguen el calendario occidental y se centran en la preparación espiritual y la meditación sobre el dolor de Cristo, su muerte y resurrección. Las iglesias evangélicas suelen fomentar el ayuno en cualquier momento del año y no sólo en el periodo que precede a la Semana Santa, ya que el ayuno y la oración acompañan y ayudan a los creyentes.

Eventualmente, muchas personas consideran el ayuno como una privación y una tortura. Pero quien vive el período de la Cuaresma, de hecho, se siente sobrecogido por una gran alegría, y experimenta la vida del desierto, que es la más cercana al Reino Celestial.

Necesitamos hoy, más que nunca, vivir en un desierto donde podamos buscar la luz de Jesús y escuchar en el silencio la Palabra y la voz de Dios. Vale decir que la dispersión y las crisis a las que asistimos pueden impedirnos caminar hacia ese desierto, pero, en realidad, nunca nos impedirán llegar a Jesús porque somos llamados hijos de Dios. La resurrección completó nuestra salvación.

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