Cuando la impotencia se arraiga en las naciones

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El texto original fue publicado en MECC el 7 de julio de 2021. Traducción y publicación por Maronitas.org en colaboración con The Middle East Council of Churches.

 

Mensaje disponible también en árabe y inglés.

 

Dr. Michel E. Abs

Secretario General del Consejo de Iglesias del Oriente Medio

 

Este no es un artículo de psicología social ni de ciencias políticas. Es un artículo sobre el destino de las poblaciones y su futuro.

Este artículo se inspira en la biografía del Señor, desde su azote a los mercaderes del templo, su revolución contra la hipocresía y la corrupción, así como de su constatación de la ignorancia del pueblo en la Cruz: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen».

Lo peor que le puede pasar a un pueblo es ser presa de la hipocresía, la corrupción y la ignorancia, que son tres características inseparables en la historia de las naciones. Lo ínfimo que aflige a un pueblo en este contexto es un lento deslizamiento que llega a los límites de la impotencia.

Cuando un pueblo desciende a tal estado de decadencia, podemos decir que está afligido por la impotencia adquirida, o en otras palabras, que no podrá levantarse durante muchas décadas. Podemos decir que han caído en una severa esclavitud, ya sea a los poderes externos o a su propia clase dirigente, que la mayoría de las veces está esclavizada por presiones externas.

Un pueblo adquiere la impotencia después de fracasar en sucesivos intentos de salir de un apuro, de un problema o de un grupo de problemas que se entrelazan de forma tan estructural que cualquier avance se le hace inalcanzable. Cuando los problemas abundan y se combinan, se transforman en una trampa de la que resulta difícil salir. Descartes dice que cuando el alma no puede vencer, cae en el cansancio.

Lo peor de todo es cuando el hacedor de la trampa —o el bando que se beneficia de ella— es aquel al que el pueblo había confiado su destino y su futuro, o las llamadas «élites dirigentes». En un estado así, los de dentro se alían con los de fuera para chupar la sangre del pueblo y dejarlo preso de diversos tipos de desastres de los que no es posible liberarse sin exorbitantes sacrificios humanos, morales y materiales.

Aquí la ética de la clase dominante juega el papel principal.

La historia nos informa de casos en los que los pueblos se encontraban en condiciones deplorables, como consecuencia de su salida de la guerra, de la ocupación, de las catástrofes naturales o de las provocadas por el hombre, en cuyo momento sus honorables élites llegaron a curar las heridas sangrantes de la nación y la llevaron hacia la prosperidad y la afluencia. Hay muchos ejemplos de estos casos en la historia del mundo.

Por otro lado, las naciones pueden tener la «suerte» de contar con un «grupo de élite» que no tiene sentido de la responsabilidad, ni del honor, ni de la vergüenza. Tal clase dirigente causa estragos en la vida de su nación, les roba sus bondades, aumenta su estado de frustración y explota sus debilidades —afianzando así aún más tales estados en ellas— e instigando así el «Síndrome de Indefensión Adquirida». Esta nación se convierte en una nación desorganizada, desgarrada, empobrecida e incapaz de levantarse contra su realidad y contra los que la provocaron. Se convierte en una nación con destino a la extinción.

La distracción de la gente con migajas insignificantes, privándola de un estándar mínimo para una vida decente, es el medio más eficaz para controlarla y evitar que se desprenda de la junta gobernante sentada en su pecho, esa junta que se beneficia de esta frustrante rendidora realidad. No sólo «divide y vencerás», sino también «empobre y vencerás».

Cuando la impotencia y la rendición se arraigan en las naciones, y la situación de cosas en este estado se prolonga en el tiempo, durante tres décadas o más, como dicen los historiadores, salir de la trampa se hace más difícil y más costoso.

Lo que se agrava es cuando los grupos gobernantes se amparan en la dimensión de la identidad étnica o religiosa y se apoyan en el recurso a consideraciones étnicas o religiosas para desquiciar a su propio grupo e intimidar a otros grupos para controlarlo. Cuando el discurso del odio impregna la línea de metodologías con el propósito del gobernante de esclavizar a los gobernados, el sistema de hegemonía se completa. Así, el asunto queda zanjado para la clase dominante por un tiempo indeterminado que no termina sino con la intrusión de una corriente de pensamiento libre y luminosa capaz de romper el hielo de la esclavitud y guiar a la nación hacia el vasto reino de la libertad, una libertad cuyas puertas sólo se golpean con las manos imbricadas.

Lo escribió Gibran Khalil Gibran: «Me dicen que si ves a un esclavo dormido, no lo despiertes, tal vez sueñe con su libertad, y yo les digo que si veo a un esclavo dormido, lo despierto y le hablo de la libertad».

Cuando la voluntad de los individuos se debilita, sus aspiraciones caen a sus niveles más bajos y el pueblo pierde su dignidad, entra en el túnel de la lucha por la supervivencia y se conforma con cualquier cosa que le ayude a seguir en el nivel mínimo de subsistencia y pierde de vista los valores, los ideales y una vida digna.

Por ello, nos rebelamos contra el orden vigente y comenzamos a trabajar en la rehabilitación del capital social y del sistema de valores en una orientación hacia la restauración de la dignidad humana, en todas sus dimensiones y todas sus expresiones.

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